el lugar del pensamiento

Cuando en el butoh apelamos a la imagen del cuerpo sin órganos, sin organización- traído por Artaud/Deleuze, nos encontramos en un estado de multiplicidad de fuerzas. Cada parte el cuerpo comienza a realizar su propia escucha y su propio recorrido. Esto es sólo posible si hacemos primero silencio.

Acallar el murmullo de la mente, morir del cuerpo cultural (social) que no para de producir subjetividad desechable, ruidosa y hueca. Silencio. Cuerpo muerto de la cultura. Alcanzar el vacío que las capas de la cotidianeidad sostenida ocultan. Vacío y silencio dan inicio a una danza que no tiene un antes y un después, un pensamiento y una acción. No hay dicotomía. No hay afuera y adentro. Hay transformación, devenir. El cuerpo muerto se tranforma, el cadáver baila desde su doble condición: vida y muerte componiendo una presencia.

Creo que el paradigma del butoh como danza de fuerte producción de sentido radica en la construcción de ese cuerpo, atravesado por devenires pero siempre dentro de la compleja tensión de vida y muerte. Entonces. ¿Por qué conmueve más que hacer reflexionar, distanciándose? Francis Bacon-el pintor- hablaba de su pintura nacida del córtex, de un cerebro primitivo conectado directamente con el sistema nervioso. Un ser de la sensación, un pensamiento del cuerpo. Seguir el trayecto de la sensación, aquel conglomerado de vibraciones y memorias. “A la violencia de lo representado se opone la violencia de la sensación”(1). Imágenes y memorias son encarnadas, ese es el devenir, aparece una poética del cuerpo. Ser es devenir nos dice Gilles Deleuze y en la danza butoh esta frase cobra un sentido absutoto, resplandeciente.

El yo se cristaliza en todo aquello que secretamente lo compone. Volverse sapo y princesa, ciego, árbol, agua, pescador, son la forma de mis fuerzas. Danzo las fuerzas, no sus representaciones. El devenir no es un acto volitivo, ni que deseo comunicar, expresar. Soy danzado. Y en ese verbo pasivo ocurre la magia: presencia. Lo personal se diluye en un singular que universaliza.Volverse niño es también acarrear a todos los niños, a la infancia; infinitivo. Lo infinito contenido en la presencia de lo finito. Las memorias me danzan. Que no es lo mismo que recordar. Ello no dejaría de ser una dicotomización: producción mental/expresión. La danza no expresa. Es intensa eintensiva; ocurre en el paisaje del cuerpo, viaja en la duración. Hijikata, creador del butoh, dio a luz el nombre ankoku butoh y esta palabra, ankoku, se puede traducir por aquello que se oculta de nosotros mismos, lo inconciente, nuestra espalda. Intensidad entonces es entrar en nuestras tinieblas y seguir su trayecto.

¿Quién soy-cada vez? ¿Adónde voy? No hay respuestas absolutas, hay descubrimientos. Un gran maestro del budismo zen, Daisetz Suzuki ha acuñado una frase que es muy apropiada para el modo de penamiento que se gesta en la danza: intuición cósmica. Un estado totalizador, donde somos parte constitutiva del cosmos y desde esa intuición nace una cieta danza, sutil modo de la presencia, del estar presente a cada instante. “Mi cuerpo danza la danza que mi cuerpo recuerda” nos dice Min Tanaka, bailarín de butoh.En el trayecto toda imagen se vuelve polifascética; la sensación es vibración que viaja de capa en capa (memorias vegetales, minerales, humanas, cósmicas), más que formándonos, deformándonos.

La vida nos deforma. Estamos hablando del cuerpo como un estado prismático e intuitivo. De la precisión de esa intuición, aparece la danza; una revelación prismática de nuestro estar en la tierra.